Incidente doméstico, II

Caímos dormidos, todo eran párpados, nadie miraba.

El despertador, averiado.

No es culpa de nadie aunque igualmente corro
el riesgo de no llegar a tiempo, y
salgo a la calle, todo el
mundo, parece, va
disfrazado, menos yo, claro

La importancia de las pequeñas cosas, leer
el diario en la salita, se revela
crucial, ya habrá tiempo de buscar
tu nombre en las esquelas (en mayúsculas)
y presenciar, pongamos el caso, en el
fondo como un intruso, esta lluvia
que a ti,
no ha de mojarte ya

creerás, que en
una almohada fría, podrías encontrar su tacto
metódico y tan fértil (que te cueces con
cara de meteorito)
y los oigo, en la habitación
contigua ya son viejos
para mi, o para su amor
(que duró tantos años), y tan
poco en realidad
pero
prefiero, explorar y descubrir que estás
tú
sí tú,
ojo desnudo (roto) en el umbral,
desvalida e inquieta a la espera del fin
de los días, víctima de hipocondría, fobias, y
demás trastornos de la inteligencia, el libro
sin acabar, sobre tus piernas desnudas
tú, mi mujer dormías, con las piernas celebrando
algo, aún no se qué, recuerdo la película que veíamos,
creo, me enamoré entonces, de ti
oigo, digo, su conversación, la de ellos,
mis padres, (26 años de matrimonio)
algo como un tintineo o un símbolo tendido
en ciega hipnosis, harto de golpear, en vez
de lograr , zumba, suspiros agudos, unas
palabras, casi ruegos leves y un envoltorio
frío idiota de sentido, al estrellarse
La indiferencia es
a menudo un cuchillo (afilado) en la vida
y es absurda, absurda, roba caramelos a los héroes
de nuevo de
madera

y yo

te amo

así
son
las
cosas